Wednesday 23 April 2008

Misceláneas

Sin duda, tiene razón el Anónimo de las 21/04/08 18:05 cuando, refiriéndose al vídeo de Dacia-Renault, afirma lo siguiente: "En realidad ni Luther King ni Gandhi pertenecen a ese asilo de ancianos locos". Para ser coherentes, los autores del clip debieron redondear el elenco con una pareja de revolucionarios profesionales de la calaña de, por ejemplo, un León Trotski, profeta del bolchevismo permanente, o un Buenaventura Durruthi, ídem del terror ácrata.

No obstante, seguro estoy de que ese zagaz lector no me tendrá a mal que rompa aquí una lanza por la libertad del arte --incluido el comercial por encargo-- para no hacer distingos hagiográficos a la hora de parodiar a personajes históricos.

Tras insistir en el tema humorístico, haré un breve cotejo más o menos serio entre el guía espititual hindú y el pastor protestante afroamericano, ambos personajes fascinantes con sendas enseñanzas igual de valiosas para los cubanos. Habiendo conectado con el tema de la desobediencia civil, cerraré con un S.O.S. a favor de las Damas de Blanco, que acaban de subirle la parada al Gobierno por ese camino.

Retomemos el tema original. Ignorancia, frivolidad o mala leche diversionista, lo cierto es, estimado Anónimo, que tampoco es cuestión de exigir seriedad a un género tan bochinchero y efectista como la parodia comercial, cuya finalidad es vender un producto apelando a la notoriedad de personajes históricos. El humor, el mejor humor, es casi siempre amoral.

En un plano más general, la parodia contra todo lo excelso o sagrado es un recurso popular de vieja data que en Cuba se llama, o llamaba, choteo. Contra las moralinas de cierta antropólogía burguesa complejista frente a la inveterada propensión al relajo del vulgo criollo, era uno de nuestros rasgos colectivos más sanos. Lamentablemente, aquella profilaxis social ha sido relegada a la clandestinidad por obra y gracia de la mortal seriedad inherente a cualquier socialismo realmente existente.

De lo contrario, de haberse mantenido el choteo republicano en los medios de difusión, nos habríamos desternillado de risa, por ejemplo, con un clip sobre aquel señor de avanzada edad que, a la pregunta de por qué se iba si sólo le quedaba una afeitada, respondió: "Sí, pero quiero dármela con Guillet". O sea, no con una de aquellas cuchillas rusas que, decía otro chiste de los años "románticos" de la Revolución, no requerían agua, jabón y loción para afeitarse, ya que con la sangre y las lágrimas bastaba.

No en balde el clip más hilarante de la TV castrista --un comercial socialista, por cierto-- terminó inconcluso. Me refiero al Escéptico, personaje desgarbado, larguirucho, gandulesco, de fuerte dejo oriental, porque se comía las eses. Caricaturizaba al "desafecto" reacio a la propaganda oficial sobre la famosa Zafra de los 10 Millones de 1970, y aparecía siempre recostado a una mata, diciendo en distintas variantes: "¿Diez millone? Aflojen, compay. No aprieten tanto. Luego son lo corre-corres..." Cumplida la ambiciosa meta, se suponía que el "pueblo trabajador" le daría un "acto de repudio" al Escéptico por embustero y derrotista. Pero no fue así y, de golpe y porrazo, el personaje desapareció para siempre de la pantalla.

Siguiendo el molde del Escéptico, ¿que tal un clip el picadillo texturizado, el pan de boniato, las hamburguesas MacCastro a base de carne de lombriz de tierra o "el desodorante", nombre puesto por la vox populi a las ollas arroceras chinas debido a la cantidad de usuarios vistos por las calles con la suya rota bajo el brazo camino del "Consolidado".

De hecho, el castrismo ha inventado el comercial espeluznante involuntario. Oh, sí, con aquellos programas del Alto Período Especial sobre el incalculable potencial proteico de la carne de lombriz de tierra, que se aprovecharía --o aprovechó realmente-- en la confección de hamburguesas MacCastro.

Verdad o mentira, aunque la despensa estuviese vacía o no pudiera cocinar porque se había pasado el santo día en casa "sin agua, sin lu y singá", como solía decir, mi difunta esposa Gipsia Cáceres jamás se dejó persuadir a hincarles el diente a aquellas tortas de orígenes y colores indefinibles (los gatos de la terraza ya ni siquiera se dignaban oliscarlas). Por mucho que el Abicú insistiera en contarle las horas que había pasado en la cola de 23 y F para traerlas.

A propósito, uno de nuestros mejores comerciales surrealistas del siglo XXI tuvo como protagonista al propio Fidel. Poco antes de iniciarse su actual convalecencia, me deleitó por Cubavisión aquí en Colonia con aquellos programas especiales donde, anunciando su "Revolución Energética", se hacía todo un muestrario de electrodomésticos antediluvianos o improvisados.

Ciñéndonos ya más al tema del clip de Dacia-Renault, existen coñaques "Carlos III" o "Napoleón" y una marca cerveza cubana "Hatuey". Tampoco estaría mal bautizar a un aguardiente o un ron peleón de nombre "Antonio Maceo" o "Titán de Bronce". O una marca de botas de campaña "Baraguá". Asimismo, debería surgir otra de ginebra "Martí".

No por gusto en Tampa apodaban "Ginebrita" al Apóstol, que no era lo que se dice un hombre de paz. ¿Y por qué no organizar un concurso de clips paródicos sobre el grave altercado entre él y Maceo en la finca La Mejorana, cuya hoja en el diario de Martí arrancara inútilmente Máximo Gómez, otro legendario que bien podría darle nombre a una marca de preservativos, sabiendo que iba dejando un rastro de hijos bastardos por todos los bateyes y pueblos por donde pasaba? Después de todo, cazadores de faldas eran todos ellos...

¿Y qué tal poder comprarse un micrófono o una vocina marca "Chivás"? Merecido honor al más fogoso de nuestros demagogos republicanos. Tanta era su histeria que en uno de sus accesos de incontinencia radiofónica calculó mal la zona relativamente inocua del vientre (dicen que era la segunda vez que ensayaba el número) y se pegó un balazo fatal en plena transmisión radial por no haber podido probar el último de sus embustes. Macanudo clip daría el tragicómico episodio...

En fin, una de las (tantas) virtudes didácticas del libre comercio consiste en su implacable capacidad desacralizadora. Además, es una manera eficaz de humanizar un poco a nuestros epónimos, que buena falta les hace. De felicitarse sería que en la Cuba poscastrista se hiciesen menos distingos entre buenos y malos, apeándolos por igual de sus pedestales y picotas de escuela primaria para rasparlos sin piedad contra el guayo del humor popular. Incluso a ciertos y determinados líderes disidentes, entre los cuales hay más de uno con credenciales de sobra para el bufo televisivo.

Por carácter transitivo, estaríamos inmunizando a las generaciones venideras contra la nefasta manía de idealizar a los supuestos héroes al punto de ignorar sus errores y denigrar a los villanos al punto de olvidar sus méritos. Porque, en el fondo y en la superficie, esa modélica hagiografía patriotera, esos panteones de la infamia política, persiguen la maniquea finalidad de, por un lado, endiosar en vida a los ojos colegiales a la élite estatal de turno y, por el otro, demonizar a la oposición. O viceversa.

Por lo demás, en condiciones de libertad el vulgo criollo tampoco tiene paz con nada ni nadie. Y con razón, puesto que a lo largo de nuestra accidentada historia los héroes y sus heroicidades nos han hecho daños a menudo más duraderos que los de los villanos y sus villanías. Prueba de ello es el fiasco absoluto de una cubanidad que ha acabado mordiéndose la cola de cerdo ante la tenacidad del castrismo.

Y sacando la cuenta en total, ¿quienes le han hecho más daño a la cubanidad en más o menos igual lapso histórico: todos los tiranos y presidentes lacayos y corruptos juntos que tuvo la Republica entre 1902 y 1958 o los hermanos Castro y sus acólitos, que pregonan habernos liberado de ellos desde enero de 1959 hasta quién sabe cuándo?

Con la diferencia adicional de que de nuestros humoristas podían burlarse en vida dentro de la Isla con sólo arriesgarse a una terapia con embudo a base de aceite de ricino --más conocido por Palmacristi, nombre comercial del entonces popular curalotodo infantil-- en los calabozos de la estación de policía más cercana. Cuando más y no siempre.

Estamos hablando, huelga aclararlo, de gente de diálogo, humor y paz; no de pistola al sobaco y consigna incendiaria en boca eternamente desencajada.

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Mahatma Ghandi y Martin Luther King

Hecha la primera salvedad, paso a la segunda, no menos aleccionadora. De la vida de Mahatma Ghandi y Martin Luther King se desprenden diversas enseñanzas de validez universal y, por ende, aplicables también a la Isla de Cuba, donde la internacionalmente ninguneada oposición interna e externa libra una batalla estrictamente pacífica contra el totalitarismo castrista y su actual proyecto de continuidad dinástica.

La convincente victoria de Ghandi, profeta de la "resistencia pasiva" o "desobediencia civil" frente al dominio británico en la India, sólo fue posible gracias a la circunstancia de que Gran Bretaña era una monarquía parlamentaria basada en la representatividad formal de la Corona y el predominio ejecutivo y legislativo de las dos cámaras del Parliament, la independencia del poder judicial, el bipartidismo y la libertad de expresión, o sea, en la plena vigencia del Estado de derecho.

La genialidad de Ghandi consistió esencialmente en su confianza en la flexibilidad de una democracia británica cuyo despotismo colonial --por saberlo él, que había estudiado en Derecho por el London University College-- chocaba con sus propios principios democráticos. Como en el siglo XVII las trece colonias de Norteaméricanas, la India era demasiado vasta para el British Empire, un imperio con fecha de caducidad desde la Segunda Guerra Mundial y con tendencia tradicional a resolver por las buenas sus conflictos coloniales por la vía del Commonwealth, como había hecho con Canadá y Estados Unidos.

La independencia de la India era mera cuestión de tiempo y paciencia. No de sangrientas guerras de liberación de desenlace incierto en un país multiétnico y multirreligioso, sino por medio de tácticas de resistencia pasiva y desobediencia civil que a la larga inclinarían la balanza de la opinión pública y parlamentaria británica a favor de la única solución a la vista: indedendencia dentro del Commonwealth.

O sea, Ghandi libra contra los tommies una batalla mediática irresistible con dos fines estratégicos: (1) desembarazarze de los ingleses y (2) de paso, evitar la simultánea o sucesiva desintegración del país, inculcando a los indios la cultura del diálogo y la negociación a través de acciones multitudinarias no violentas.

El primero lo consigue con relativa rapidez y facilidad; en buena medida gracias a la democracia y los medios de difusión en la metropoli colonial. En el segundo, mission impossible: fracasa de manera aparatosa y pierde la vida frente a los afanes separatistas de las elites nacionalistas nativas y el oscurantismo religioso. La India se desmembra en medio de un caos de guerras, degollinas y éxodos masivos.

En resumen, analizando su obra a la luz de La tempestad, enrevesada tragicomedia shakespereana utilizada por diversos ensayistas para interpretar la relación entre colonizadores y colonizados, civilización y barbarie, se llega a la conclusión de que Ghandi resolvió bien el conflicto entre Próspero, el amo colonizador, y Calibán-Ariel, los esclavos colonizados, expulsando al primero a las buenas.

Enredóse de mala manera, sin embargo, en las tinieblas del alma profunda de los segundos. Un drama trágico del que, de una u otra forma, no ha escapado casi ninguno de los países del Tercer Mundo librados del yugo colonial a raíz de la Segunda Guerra Mundial, Cuba incluida. Eso no le resta mérito a este profeta moderno de la no violencia. Pese a sus imperfecciones, la India ha roto la inercia de los siglos y prospera en casi todos los sentidos.

La experienia de Ghandi demuestra que los métodos de resistencia pasiva, desobediencia civil, manifestaciones de protesta, boicots colectivos, campañas mediáticas, etc., son más eficaces allí donde es factible apelar al Estado de derecho y a la prensa libre, una vez planteado el conflicto en términos de derechos civiles. Vale decir, de equiparación individual ante la ley y creciente igualdad de oportunidades.

Esas corajudas mujeres intentan desatar en la Isla una ola de acciones de protesta no violentas a semejanza de las preconizadas por estos días por el Dalai Lama, quien ha insistido en desmarcarse de los pujilatos mediáticos contraproducentes orquestados por facciones tibetanas ajenas sus prédicas de paz.

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